Uriel Flores Aguayo
@UrielFA
Mal momento para la
deliberación y el debate públicos en Veracruz, entre ocurrencias, defensas y
auténticas ociosidades. Ese también es el signo de los tiempos de cambio, de la
alternancia; en el campo periodístico anteriormente había una especie de unanimidad,
de jilgueros y apologistas del Gobierno estatal, con las honrosas excepciones
de un pequeño grupo de valientes y honestos reporteros y columnistas. Ahora hay
apertura e interlocución, con sus matices y fallas, como la ausencia cotidiana
de un vocero que explique, aclare,
puntualice y responda. Son prácticas insustituibles en materia de
comunicación social como lo demuestran generalmente los Gobiernos del mundo.
El cambio llegó a
los medios de comunicación abruptamente, sin convenios y sin línea no existen
controles extra profesionales, solo el trabajo periodístico que permita
sostenerse y crecer con sus lectores. La desaparición de algunos periódicos
refleja su absoluta dependencia de los recursos públicos o su extravío ante la
alternancia. Es altamente posible que esos medios
ahora ausentes no tuvieran conducción ni algún tipo de papel realmente
periodísticos, lo cual explicaría su tajante e inmediata desaparición. No se juzga, por supuesto, la labor que en ellos
realizaban verdaderos trabajadores de la comunicación, quienes venden su fuerza
de trabajo más no su conciencia.
Mal andaríamos si
nos quedáramos en el anacrónico maniqueísmo del "todo está bien" o
"todo está mal", como tampoco contribuiríamos seriamente al debate si
no pasamos del desahogo y el ocio. Hay mucho de un legítimo afán de atacar, de
obstruir, de señalar solo lo negativo y de cuestionar lo que sea si viene del
nuevo Gobierno. Digamos que es una opción y hasta un derecho de quienes se
dedican al análisis y la crítica, independientemente de sus motivaciones; de
ahí se desprende el derecho de réplica y la sana interacción entre los
funcionarios y los periodistas.
A estas alturas nadie debería espantarse ni molestarse por recibir
cuestionamientos si funge como autoridad pero tampoco si es replicado en su
papel de periodista.
Los funcionarios
del gobierno están sujetos a la observación ciudadanía y periodística como
mecanismo de expresión social, mal se verían y confesarían déficit democrático
si no están de acuerdo con la crítica y si no se abren al más exigente
escrutinio ciudadano. Estos años han sido terribles para la imagen de las autoridades pero
también significaron la derrota de la rendición de cuentas. Se debe asumir con
absoluta convicción y trasparencia el alcance y significado de ser servidor
público; no basta estar abierto a la crítica, hay que responderle y
estimularla. La libertad de expresión es un derecho fundamental en la vida
democrática, para lo cual los medios cumplen una
función esencial.
De pronto ha surgido
en un grupo de columnistas una tendencia inundada de complots, todo tipo
de sospechas, ultimátum al Gobernador, escepticismo recurrente y decretos de
fracaso. Resulta que si no se cumple determinada hipótesis o escenario
particular, eso significa derrota e inutilidad de la alternancia. Quienes ya lo venían haciendo así o
al menos parcialmente se ven bien, coherentes y normales; quienes se inauguran
en la crítica tienen serios problemas de estilo y credibilidad. Bienvenida toda la crítica, sin
vacilación alguna debe ser respetada por el Gobierno, además de registrada y
respondida. No hay lugar para funcionarios omisos, escondidos u ofendidos por
la crítica o las observaciones.
Son los saldos de
la alternancia, sin ella no pasaría gran cosa en materia de libertades y
transparencia. El ocio no es equivalente a la crítica, la especulación no es
análisis y las teorías de complots son todo lo que no ocurrirá. En un plazo que
espero no muy extenso vendrá la normalidad democrática en la relación Gobierno
y prensa, sin obviar que los medios deben trascender el enfoque hacia la labor
oficial para involucrarse con otros sectores y liderazgos de la sociedad.
Recadito: No hay santones, son políticos con
su proyecto de poder.