México
vive un mal momento porque los problemas del país están aquí, y los políticos
allá, a una distancia brutal con respecto a las respuestas, afirma. Pero el
escritor perfila en un futuro a ese presidente estadista con el que sueñan
muchos mexicanos: Andrés Manuel López Obrador, con la condición, añade, de que
se rodee de buena gente.
A
propósito de la publicación de su libro La gran novela latinoamericana
(Alfaguara), propone a la literatura como faro de una nación cuyo rumbo ahora
está bastante desviado del camino.
Imitación
de la cultura
Tener
un buen gobernante, como, quizá, podría ser López Obrador, explica, depende de
las personas que lo asesoren, porque si éste solo quiere tener gente obediente
y menor al lado, lo único que logrará es un mal gobierno.
Detalla
que los buenos presidentes de México han tenido buena gente alrededor: los
gabinetes de Lázaro Cárdenas, de Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán Valdés o
Adolfo Ruiz Cortines eran muy buenos porque había personas que sabían lo que no
sabía el presidente. Si el presidente tiene que saber más que sus
colaboradores, entonces estamos mal.
No
obstante, continúa, tampoco se trata de mantener juntos a los intelectuales con
la clase política: hay acercamientos y alejamientos entre ellos, pero no es
posible ni deseable que coincidan, porque el escritor siempre debe decir algo
más, ir más lejos que el político, que está capturado en su momento, pues si
no, no podría ser político; en tanto, el escritor puede ir más allá porque
puede imaginar, y políticos con imaginación hay muy pocos.
–Los
políticos de antes al menos leían –se comenta a Fuentes.
–Y ahora
no, ¿verdad? Ahí están las muestras de ignorancia que ha dado Enrique Peña
Nieto, quien pudo haberse escabullido de la pregunta y decir, por ejemplo, sí
conozco bien la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, pero tenía que
titubear, se hizo bolas el pobre, ¡quedó muy mal! Hay gobernantes del pasado de
México que si bien no habían leído mucho, al menos eran inteligentes.
En la
literatura, detalla el autor de La silla del águila, “hay un sentido de
continuidad de la historia de México y de América Latina que no se da en la
política ni en la economía, así como una riqueza bárbara. Eso le permite ser
una referencia para el mundo político y social, para reconocerse y no desviarse
demasiado del camino.
“Pero la
palabra literaria y la palabra política están muy divorciadas, pues
políticamente hemos vivido mucho de la imitación, no de la continuidad de la
cultura. Ganamos independencia, pero negamos a España, queremos ser gringos, o
franceses; con Porfirio Díaz se trataba de convertir a México en un país
francés.
“Con
la Revolución volvimos a ser nosotros, pero nuevamente estamos distanciados de
nuestro ser y tenemos que recuperarlo: ahí esta la cultura mexicana, para
indicar quiénes somos: buenos, malos, pero así somos, de allá venimos, de una
imaginación y una realidad conjuntas.
Lo bueno
de nuestra cultura es que tanto la imaginación como la realidad siempre han
estado hermanadas, no se pueden separar. Mientras que en la política
constantemente hay un divorcio entre ambas.
La gran
novela latinoamericana, ensayo que propone un recorrido por la evolución de ese
género literario en el continente, es, puntualiza Carlos Fuentes, un libro
personal, porque no hablo de todo el mundo, dejo cosas que no me interesan
fuera y no menciono a mis enemigos.
Con el
mismo buen humor con el que charla acerca de su obra, en las páginas del citado
volumen se lee:
Se me
acusará, con justicia, de darle un lugar preferente a mi propio país, México, y
a sus escritores. Así es (...) La razón es que éstos, los incluidos, concuerdan
más con la línea general especulativa de este libro. Y que si abundan los
mexicanos es porque los conozco mejor, los he leído más y ¡qué chingados!, como
México no hay dos.
Medio
siglo de dos clásicos
Este
2012, Carlos Fuentes y sus lectores celebran los 50 años de dos novelas ya
clásicas del autor: Aura y La muerte de Artemio Cruz.
–¿Habrá
algún festejo especial?
–No,
esos libros existen por sí mismos, no les puedo pedir nada, no los toco. Me
importan los libros que estoy escribiendo y, claro, recordar esos dos libros
que para mí son muy importantes y que tienen muchos lectores. En una reciente
firma de libros, los lectores que llegaban tenían, en su mayoría, entre 16 y 30
años, y los libros que firmé más eran esos dos, precisamente. ¡Me da mucho
gusto!, quiere decir que Aura y La muerte de Artemio Cruz tienen una actualidad
ajena a mí, ya les pertenecen a los lectores.
“Con La
muerte de Artemio Cruz tenía una idea clara de recuperar el pasado inmediato de
México. Si La región más transparente quería ser la novela de una ciudad, La
muerte... quería ser la novela de una época, de una historia, de un país que
era representado en su agonía por Artemio Cruz. La novedad técnica fue que
introduje tres personas y tres tiempos diferentes para dar la complejidad de la
vida y muerte de Artemio Cruz; ése era el propósito.
“En
cambio Aura me vino a la cabeza estando con una muchacha en París. Salió,
regresó y en ese momento pasó bajo una luz que la transformó en una anciana.
Luego entró y volvió a ser la de 19 años, y dije, ‘¡ay!, que pasaría si uno
tuviera el poder, siendo anciano, de volverse joven, ¡ahí está la novela!’ Me
senté a escribirla en un café. La escribí en cinco días, me salió muy rápido.”
El
manuscrito de Aura, al igual que la mayoría de los originales de sus novelas,
novelas breves, cuentos cortos, obras teatrales, guiones cinematográficos,
escritos, discursos, entrevistas, traducciones, correspondencia, dibujos,
documentos, fotografías, casetes de audio, video y cuadernos, se encuentran
desde 1995 en la biblioteca de la Universidad de Princeton.
Todo el
material puede ser consultado por investigadores acreditados, con excepción de
la correspondencia entre Carlos Fuentes y Guillermo Cabrera Infante, Hélène
Cixous, Julio Cortázar, José Donoso, Roberto Fernández Retamar, Gabriel García
Márquez, Norman Mailer, Octavio Paz, María Ramírez, Philip Roth y Jean Seberg,
la cual podrá abrirse al público a partir del 1º de enero de 2021, o dos años
después de la muerte del autor, lo que ocurra primero, por instrucciones de él
mismo.