Uriel
Flores Aguayo
@UrielFA
Antes de que
agarren vuelo las campañas por la presidencia de México, bien vale la pena
expresar algunas definiciones básicas para la convivencia social. Todavía es
menor el ruido de los tambores de guerra electoral y ya empieza a notarse
cierta polarización en nuestra sociedad, con sus nocivos efectos en la
división social y la ineficacia con sectarismo incluido de los aparatos de
gobierno. Este es buen momento para dejar claro lo que nos une o nos debe unir,
la calidad de las elecciones, los puentes a tender, el piso común y el día
después de las elecciones. Habría que crear un consenso sobre los valores
democráticos elementales: Diálogo y pluralidad. Nadie que reniegue, de palabra
y acción, de tales principios debería recibir mandato popular.
Elevar a lo sagrado
el valor "del otro" que, junto conmigo, somos nosotros; asumir qué
hay otros en la sociedad, que piensan y votan distinto. Ahí se funda el respeto
y la tolerancia; de esa concepción surgen el diálogo y las formas
civilizadas de convivencia y competencia. No debe haber lugar para la
política de la descalificación, ni voz que deshumaniza al adversario y
justifica la violencia. El maniqueísmo de buenos y malos camina en sentido contrario
al respeto por los demás. Sería un poco humorístico lo que sucede con
cierto tipo de fundamentalistas sino fuera una postura peligrosa en si misma: El
que reparte certificados de buenos y siempre se auto adjudica el suyo, dejando
a los malos de su imaginación los papeles sucios.
México viene de una
vigente cultura autoritaria, la que se justificaba con la revolución; el avance
democrático todavía no desarrolla plenas formas democráticas más allá de lo
formal; somos otro país en tiempo y algún progreso atrapado en los cacicazgos
y clientelismo de hace cien años. Del partido de Estado, membrete sin espíritu y oxígeno, pasamos a un
sistema de partidos con rasgos de franquicias, vacíos de ideas y
representación y controlados por una persona o un grupo. El culto a la
personalidad del presidencialismo se trasladó a los partidos políticos,
concebidos como plataforma individual o grupal de poder.
No hay
autoritarismo bueno o malo, todas sus manifestaciones son nocivas para el
desarrollo social. Con todos sus defectos, viéndolas como organismos
reformables, las instituciones actuales están por encima de la voluntad
individual. No hay plaza pública ni búnker cupular que interprete el interés
general ni sustituya el sentir popular. No hay atajos para los cambios, sus
caminos son lentos, graduales y poco épicos. La magia radica en el despertar y
la participación de la gente, con sus derechos e intereses. Las recetas
milagrosas son como todos los productos de ese carácter, fraudulentas y
contraproducentes.
Al venir de fraudes
electorales y cerrazón de las élites, más preocupadas por acumular poder,
pueden surgir sectores sociales y políticos justicieros que quieran la vieja
medida de "ojo por ojo y diente por diente", alimentando la venganza
en el resentimiento social existente. Ahí está la prueba para los Estadistas,
para los líderes genuinos, para quienes creen en la pluralidad y respetan
a los otros. Es la prueba de mantener lo que funciona para renovarlo o destruir
todo y levantar lo que sea con las cenizas. No hablo de teorías, parto de la
realidad conocida, sin duda habrá justicia pero no se mezclará con la
forma de pensar de los perseguidos; es decir, las penalidades se aplicarán a
los que hayan delinquido no a los disidentes. No habrá "archipiélago de
Gulag" ni "revolución cultural" ni campos de
reeducación. Desde ahora se debe aligerar la confrontación, proscribirse la
violencia verbal y la descalificación al contrario; no somos enemigos, si acaso
adversarios políticos, pero somos connacionales y, sobre todo, humanos.
Creo en esas bases
para la política partidista y electoral, como una forma clave de contribuir al
desarrollo de todos los órdenes de la sociedad y hacer una sana vida
pública. Creo también que en este momento todavía hay oídos para las
reflexiones y las palabras que quieren lanzar mensajes de sensatez. Después
será tarde, con el ruido de los discursos, las porras y los spots. Todavía no
se ve el alineamiento férreo en torno de los partidos y las figuras. A riesgo
de pecar de ingenuo, me animo a exponer estas ideas que quedarán plasmadas para
la posteridad.
Recadito: Me voy a
quedar a apagar la luz.