Uriel Flores Aguayo
@UrielFA
Mucho se ha dicho sobre la condición
humana, de como la personalidad, las influencias más cercanas y las ambiciones
propias determinan el comportamiento de los hombres y mujeres con poder y
liderazgo. Seguramente se continuará escribiendo infinitamente. Es muy
común que las personas se transformen cuando ocupan un puesto de autoridad,
desde espacios minios hasta cargos de Gobierno o representación. No se
han podido delimitar suficientemente los ámbitos privado y público;
reina el patrimonialismo en México. El tipo de personas marca en lo esencial
los espacios de autoridad, más allá de las leyes. El déficit democrático de
nuestro país abre un margen gigantesco de discrecionalidad en el comportamiento
político.
Ocurre que los procesos más oscuros
pueden darse por inercia, con la participación de mucha gente pero
desconectados entre sí. Es un sistema con vida propia, independientemente de
sus actores u operadores. Finalmente la condición humana se impone sobre leyes
y reglas de civilización. La calidad e intereses de sus operadores guían al
sistema, no a la inversa; son sistemas débiles e inciertos. Una personalidad
fuerte impacta el rumbo de un gobierno, lo amolda a su gusto y lo suele
convertir en la etapa de un proyecto de largo plazo.
Somos una sociedad dispersa, de pocas ideas y dependiente en exceso de figuras
providenciales de diversos signos. Ahí están algunas de nuestras mayores
fallas.
Sin duda el mundo funciona con
líderes de todos los niveles, cuya personalidad suma o resta a las
instituciones que representan; de mayores controles legales y tradiciones
democráticas se esperan figuras normales, rindiendo cuentas y cumpliendo
eficazmente con sus responsabilidades; al contrario, de márgenes amplios de
discrecionalidad solo puede recogerse corrupción y desorden. Los líderes sin
contrapesos, absolutos, pueden cometer barbaridades y caer fácilmente en las
tentaciones autoritarias y dinásticas. Cuando se dejan las decisiones en unas
manos se pone en peligro todo, dejando al humor y carácter de una persona el
destino de programas y presupuestos.
El interés de una persona o un grupo
se puede envolver en sigla partidista y en discurso variado, desde el
justiciero hasta el reaccionario. Es impresionante como puede ser tan
influyente en los políticos la pareja, la familia o los amigos; revela atraso
democrático que personas no electas o designadas participen de las medidas que
tomen las autoridades. Es gigante el reto de volver transparente, republicano,
normal y útil el aparato público en sus círculos de decisiones. Al final,
siempre estará latente el riesgo de que algo se decida por simple condición
humana.
El sujeto que prendía los hornos de
exterminio nazi pensaba que solo cumplía órdenes, Victoriano Huerta y Pinochet
acataban órdenes de sus respectivas esposas, Vicente Fox santificó a la señora
Sahagún, los soldados que dispararon en el 68 creían que los estudiantes
eran guerrilleros, el que golpea o mata a su esposa piensa que le pertenece,
los sacerdotes ven la vida a través de dogmas de siglos pasados, el político
hace demagogia y roba por usos y costumbres, etc.
Recadito: Pesimismo de la
inteligencia y optimismo de la voluntad...