Uriel
Flores Aguayo
@UrielFA
Nuestra vida pública política tiene mucho de inercial, se da
casi igual con o sin nosotros, se repite al infinito y se encierra en un
círculo vicioso. Los personajes y discursos son repetitivos con tendencia polarizante,
dejando para después las razones y los rumbos renovadores. La vida pública
en general es sana y amplia, ahí hay deporte, arte, educación y redes
comunitarias; el déficit radica en legalidad y democracia, dejando en manos de
unos cuantos las desiciones fundamentales sobre la colectividad.
En descargo de los actores políticos de nuestro país hay que
señalar que en la parte latina de nuestro continente la realidad política no es
muy distinta, qué abundan las democracias de fachada y la fusión abierta de
asuntos públicos con intereses privados. No es consuelo algo así pero permite
tener un contexto y la perspectiva. Mucho de lo que hace falta fuera igual nos
vendría a mejorar las condiciones de convivencia social y eficacia
gubernamental. Más derechos a la gente, transparencia y austeridad de las
autoridades, información y sufragio libres, ciudadania plena y total inclusión
social son indispensables para esta etapa en la vida de nuestra sociedad.
Los líderes, hay que volver sobre ellos una y otra vez, tienen una
gran responsabilidad desde la palabra pero sobre todo en las medidas que toman
para atender sus responsabilidades legislativas y ejecutivas; no tiene sentido
que llenen de paja sucia los espacios públicos y que se queden en la defensa de
sus pequeños privilegios, que insistan en verse tan chiquitos frente al espejo
de sus obligaciones. No se representan a si mismos, fueron mandatarios por el
sufragio popular para cumplir correctamente con ciertos encargos y juraron
solemnemente ante la Constitución. La política debe ser reservada para los
mejores ciudadanos, los más preparados y honorables.
Aunque valen más los hechos también en la palabra hay mensajes
claves a la hora de explicar, orientar y convocar a la gente. Puede haber
argumentos u ocurrencias, opiniones o desahogos, seriedad o especulaciones,
verdad o posverdad, conciliación o enfrentamientos, mitos y realidades, razones
o demagogia, etc.. En esas posibilidades se mueven los líderes políticos, con
una gran responsabilidad en lo que digan; pueden ayudar a lo mejor o reforzar
lo peor de nuestra vida pública. No es problema de colores partidista, la
pluralidad se respeta y es indispensable, es la circunstancia que coloca a
personas concretas ante una realidad donde tienen que decidir avances o
retrocesos, nombramientos y la ruta inmediata que los premia con continuidad o los
castiga con la marginación.
Sin afirmar su desaparición si se puede considerar que no estamos
en México ante un debate ideológico; hay confrontaciones de estilos y nombres,
de algunas propuestas, de colores que dicen poco y en la apuesta a la fe. Hay
liderazgos que presentan algunas ideas elevándolas, quieran o no, a una especie
de doctrina; pero eso no es ideología ni garantiza controles y contrapesos.
Finalmente el factor determinante, implantado históricamente, es la condición
humana pero más su nivel cualitativo. Es el líder, con su fuerza y voluntad,
quien marca el ritmo y alcance de un proceso social y político. Incluso, una
pareja o esposa puede llegar a ser más influyente que los ministros y los
legisladores; tenemos el ejemplo de las mujeres de Victoriano Huerta, Augusto
Pinochet, Vicente Fox, etc., quienes sin cargo alguno tomaron desiciones de
Estado y empujaron a sus cónyuges a definirse contra la legalidad o la
esperanza de cambio.
Recadito: Un aplauso a nuestras fuerzas de seguridad y a sus jefes
por la sacrificada y muy poco reconocida labor de protección a todos nosotros.