Uriel
Flores Aguayo
@UrielFA
Decir que vivimos en
democracia puede ser de obviedad y fácil o un engaño complejo; para ser serios
hay que partir de la precariedad de nuestra democracia local a tono con la del
país. El proceso de desarrollo democrático es de contrastes, zigzagueante,
de avances y retrocesos; ahora lo sabemos; no hay la claridad y certidumbre
sobre un avance seguro e inevitable, no, también hay parálisis y retrocesos en
la vida y el sistema democrático. En Veracruz, en forma apabullante, estamos
pasando por una muy delicada situación financiera con implicaciones sociales y
políticas que pone en evidencia que faltaron controles y contrapesos
para impedir el saqueo del erario y el deterioro de la vida pública.
La democracia es
viva, con resultados y bienestar social, o no pasa del papel y el formalismo;
es evidente que poco hemos aprendido y aprovechado colectivamente de la
democracia; poco sabemos de ella y más poco la practicamos. Cuesta mucho a
algunos sectores y liderazgos asumir mínimos de cultura democrática; lo podemos
ver en el ejercicio de libertades, cuando solo exigimos derechos sin estar
dispuestos a cumplir obligaciones. Al respecto hay un debate por organizarse en
los medios y otros ámbitos.
En el marco de los escándalos
del gobierno anterior, todavía pendiente del desenlace penal por fuga y
resolutivos varios, se dieron largas y difíciles jornadas de protestas que
implicaron bloqueos de oficinas y calles por trabajadores burlados en sus
derechos básicos. Dichas movilizaciones se generalizaron hasta
provocar el caos y descontento del resto de la población; no hay que omitir la
solidaridad lograda por los trabajadores en porciones importantes de la
sociedad al ver que sus demandas eran justas. De reiteradas las protestas, en
algunos momentos excesivas, cayeron en afectaciones severas a la vida cotidiana
de la gente.
Llegamos al punto en
que las libertades se cruzan, siendo tan valida la de manifestación como la de
tránsito, obligando a una reflexión y definiciones de los liderazgos y
autoridades sobre su ejercicio. Queda claro que las libertades no son absolutas
si se vive en sociedad, que cada uno cede algo de ellas para sumar en orden y
seguridad sociales. Es impensable una sociedad sin reglas, democráticas en este
caso, donde cada quien hiciera lo que quisiera, en la anarquía. Precisamente es
el Gobierno el encargado de hacer cumplir esas reglas, para eso se
le elige y da un mandato.
En cualquier país,
sin importar su orientación ideológica, por mínimos de orden, está prohibido
bloquear vías estratégicas; se preserva con ello la movilidad de las
poblaciones y se mantiene un ambiente de respeto a las mayorías y a la legalidad.
Cuando se viola la ley, de poco en poco, se evoluciona a un deterioro moral y
de tendencia criminal. Es una condición democrática el respeto a las normas
legales, aplicable
a todos. No debe haber excepciones en la aplicación legal, no hay banderas que
justifiquen el que se pase por encima de los intereses de la colectividad.
Observo con rubor
preocupante un descenso en los debates sobre las manifestaciones que bloquean
calles, no sobre las manifestaciones en general, lo cual sería muy sano, sino
sobre las acciones de fuerza y presión que buscan obtener beneficios
parciales. Hay que ser muy claros y escrupulosos al respecto: no es lo mismo
una marcha en movimiento continuo y un mitin en plaza pública a un bloqueo
deliberado que busca afectar a la gente, una especie de extorsión, para obtener
beneficios. No
debe haber concesiones a grupos de vivales, para los que la tranquilidad y
derechos de los demás es secundario; su actuación no hace democracia y sí provoca
daños. La fuerza pública, estrictamente respetuosa de los derechos humanos,
debe actuar legítimamente cuando se ponga en riesgo a la gente y se afecte a la
población; no se trata de reprimir, más bien su labor debe ser disuasiva.
Recadito: Concierto
navideño de la Orquesta Sinfónica Infantil y Juvenil SEV-DIF el 16 de
Diciembre, a las 17:30, en la explanada de oficinas centrales.