Dr. Silvino Vergara Nava
“Este
poder ha dejado de ser
sólo
financiero; es también cultural”
John
Vidal
En
el paso del tiempo, de los principios a los mediados del siglo XX - que no ha
sido mucho, si consideramos que hubo decenas de generaciones que transcurrían
sin que sucediera un cambio significativo en la humanidad, como pasó en Europa
del silgo IV al siglo XI- los usuarios de las instituciones bancarias acudían a
estas con la finalidad de conformar un ahorro, para ello es que se conformaron
los bancos, resguardaban y otorgaban seguridad en la posesión del dinero de
aquellos ahorristas.
Hoy,
cambió significativamente la función bancaria, sus usuarios ya no cuentan en su
gran mayoría con la libreta de ahorro, y desde luego con el dinero suficiente
para retirarse felizmente de sus días laborables, vivimos en una época de
consumo, (BAUMAN Zygmunt “Vida de Consumo”,
Fondo de Cultura Económica, México D.F., 2013) y
el ahorro es incompatible con esa acción humana, por esto es que, se cuenta con
las tarjetas de crédito, y ya no más con las libretas de ahorro, este fenómeno
ha dado como consecuencia que se consume más de lo que se ahorra por parte de
los ciudadanos, como resultado de ello, se produce menos.
Es claro
que, el cambio de actitud de los usuarios de la banca, no es por voluntad
propia, es decir, no fue decisión de estos el dejar el interés del ahorro para
pasar al interés de obtener créditos, los tiempos del poder económico lo
exigieron –recordemos que en la historia de la humanidad han existido tres
poderes: político, económico e ideológico (VITALE, Ermanno, “Defenderse del
Poder”, Editorial Trotta, Madrid, 2012)- Es evidente que, esa mutación se
presentó por razones económicas y políticas para la población, debido a que el
ahorrista se encontró siempre en una mejor posición ante el poder político y
económico, pues mantenía mayor independencia que ahora el consumidor de
créditos, por lo menos, la independencia financiera le brindaba la oportunidad
de contar con derechos de libre pensamiento, de libertad empresarial, y como
consecuencia de la facultad de exigir el cumplimiento de sus derechos ante el
poder político vía sus jueces y tribunales, en tanto que el consumidor,
poseedor de tarjetas de crédito es dependiente permanente, primero del sistema
bancario, apelando ha no aparecer en las listas “negras” del buró de crédito o
en las páginas del Servicio de Administración Tributaria –artículo 69 del
Código Fiscal de la Federación- so pena de aislarse de la comunidad del
consumo, y convertirse en parte de la población marginal, es decir aquella que
no tiene poder adquisitivo alguno.
De
ese cambio de función de los bancos de percibir los ahorros de la gran público
ahorrista, para pasar a otorgar créditos a los consumidores vía tarjetas de
crédito –que es el interés más alto que existe en el sistema financiero- ha
permitido que en el ámbito jurídico se presenten adecuaciones al respecto, hoy se
establecen medidas para defender judicialmente a los bancos, como es el caso de
la reforma mercantil, y en el caso de la defensa de los usuarios de la banca,
es decir, de los consumidores de sus productos, se deja en manos de un órgano
administrativo que no tiene ni la fuerza, ni las atribuciones suficientes para
exigir a las instituciones bancarias el respeto a los derechos previstos en el
clausulado de los contratos.
Es
evidente que, hoy contamos con un poder superior que el político, que impone a
este poder una serie de normatividad, incluso internacional, para que pueda
desarrollarse plenamente ese poder de las instituciones financieras que son
parte importante y trascendental del poder económico del mundo, y que en muchos
de los estados los han utilizado como: “Estado buzón”, en donde lo importante
es su regulación jurídica que permita blindar a estas instituciones financieras
y que sus ganancias o utilidades sean gravadas por los impuestos de esos
estados al mínimo necesario, pues en países como México que la utilidad de las
personas morales se encuentra gravada al 30%, y en el caso de esos “países
buzón” se encuentran gravados al 10%, desde luego es evidente que no se puede
competir con ellos en el campo tributario. De este tipo de estados son el caso
de los pequeños principados europeos, o bien el caso de Panamá, del que cita N.
Chomsky: “Como el sistema bancario prácticamente no está regulado, es una vía
natural para el lavado de dinero. Ésta siempre fue la base de la economía
panameña, que de por sí es artificial…” (CHOMSKY, Naom, “Cómo funciona el
mundo” Katz, Buenos Aires, 2913) Así, podemos observar, como se ha modificado
la función bancaria en menos de cien años, y sobre todo que ha sobrepasado al
poder político que se ve incapaz de contenerlo, al grado que hoy dichos órganos
económicos son los que dirigen las políticas públicas, sin que algún habitante haya
acudido a una urna electoral a votar por esas empresas financieras.