Uriel Flores Aguayo
@UrielFA
Decir que es mal de muchos, casi toda América Latina, no es
consuelo pero sirve para darle un contexto y comprender más al fenómeno crónico
de la violencia que nos azota en México. Los rasgos del fenómeno son comunes,
más o menos, con las lógicas diferencias que les determina la geografía, la
historia, su Estado de Derecho, su exclusión social y, en buena medida, la
participación ciudadana. Hay un severo desafío a la convivencia social y a las
normas legales, con una tendencia abrumadora al paralelismo entre los poderes
formales y los fácticos. El origen reciente de la violencia mayor se
localiza en el narcotráfico, con otras actividades de relativo peso, como son
el tráfico de armas y de gente, así como la extorsión y el robo de combustible,
entre tantas acciones delincuenciales que cuestionan nuestra seguridad y la
función y eficacia del Estado.
La convivencia social no es fácil de por sí, somos
susceptibles al conflicto, cuestionamos en la práctica a la legalidad y los
valores. De la nada surgen hechos de violencia entre la gente y existen
sectores inclinados a la delincuencia común. La violencia de género no se
limita en frontera alguna, se manifiesta en todas partes sin obviar condición
social. Es grave. Los involucrados en ilícitos cada vez son más jóvenes,
dispuestos a todo en afanes del dinero fácil. Ellos y varios de los que
están atrapados en la pobreza han acumulado suficiente resentimiento
social como para justificar fechorías y hacerse justicia en propia mano.
Lo que vemos en México se observa en toda América Latina, con
excepción de Costa Rica y Uruguay; hay tráfico de drogas, robos callejeros y de
alto impacto, secuestros, extorsiones, enfrentamientos armados y zonas controladas
por poderes fácticos. La diferencia de México es nuestra vecindad con los
Estados Unidos y él poderío de fuego y económico de los Cárteles que ponen en
verdaderos aprietos al Estado Mexicano, desafiando, incluso, a las fuerzas
armadas y adoptando formas terroristas; desde luego también la impunidad
establecida en nuestro sistema de justicia. Si alguien piensa que Veracruz
o Xalapa, están mal, debería informarse respecto a la problemática de
violencia en cualquier ciudad media de centro y sur de América. Sin contexto
internacional se puede llegar a creer que los mexicanos somos malos
o que tenemos mala suerte.
Hay una relativa incomprensión social del fenómeno de la
violencia, reaccionamos con miedo y omisión, pretendiendo que sean los
Gobiernos quienes resuelvan todo, sin advertir que de pequeñas ilegalidades,
pasito a pasito, se construye la losa gigante que termina por aplastarnos a
todos. Buena parte de los medios, ahora mucho en Veracruz, adoptan un manejo
frívolo de la información de la violencia, la sacan de contexto, le dan lugar
prominente y presentan imágenes explícitas; no comprenden el tamaño y lo nocivo
que significa estar dominados por grupos mafiosos. Deben ser críticos, sin
duda, sin perder de vista el periodo tan corto que lleva la actual Administración
Estatal, que sin suficientes recursos tiene que reconstruir a sus fuerzas
policiales. Si los mandos sirven a la sociedad y disminuye la impunidad, pronto
mejoran las condiciones de seguridad; sin perder de vista que, en lo
fundamental, estamos ante un problema que rebasa a la Entidad e, incluso, a
nuestro país. Las bandas armadas no se fijan mucho en siglas partidistas
de quienes gobiernan ni se sujetan a periodos determinados. No por amarillismo
y grilla vayan a terminar haciendo apología del delito.
Recadito: Mientras no digan los comos y no presenten una
estructura considerable no pasarán del rollo.