Uriel
Flores Aguayo
Somos un país que ha vivido en crisis
económica desde hace unos treinta y tres años, las nuevas generaciones solo han
conocido a México así, en crisis; siempre con carencias y múltiples
limitaciones. Ni las alternancias y un mayor pluralismo han abierto un panorama
distinto y mejor para nuestra golpeada sociedad. Algo se ha hecho mal como para
que ni un respiro hayamos tenido. La crisis económica significa más desigualdad
y exclusión social, polarización, diferentes Méxicos, vida anormal y disfuncional
en todo. Los fenómenos de la delincuencia, la debilidad institucional, el
abstencionismo electoral, la frágil sociedad civil y la desinformación
sistémica mucho tienen que ver con esa crisis económica. Sin embargo, nos
llamamos pomposamente democracia, hacemos elecciones, tenemos partidos y elegimos
representantes y gobierno.
Nuestro país anda de cabeza, con unas
realidades distintas para el pueblo y las elites políticas y económicas; las
mayorías viven privaciones de todo tipo e inseguridad, mientras que las
minorías afianzan una vida de privilegios. Algo anda mal. Por obviedad, cuando
hay hambre, desempleo, falta de oportunidades y se cierran los canales de
expresión. La ceguera y mediocridad de las elites es un real peligro para
todos, hasta para ellos. México anda a la deriva, sin aliento renovador, en la
inercia de sus problemas; todo el país es candidato a contar con autodefensas
ante gobiernos frívolos e inútiles. Es alarmante que las instituciones sean de
autoconsumo, anden por su lado, y la sociedad tenga que valerse por sí misma
aun en asuntos de interés público. Cuando uno ve a los que deben velar por los
asuntos públicos, tan lejanos e incapaces, dan ganas de esconderse y salir
corriendo.
La actual coyuntura incluye la barbarie
de Iguala, la corrupción de Peña Nieto y su entorno más cercano, las exigencias
sociales y la crisis económica. La tragedia de los muchachos de Ayotzinapa nos
deja marca histórica, es un antes y un después, revela la descomposición
regional del país, sin que sea, ni mucho menos, la única zona donde se dan esas
condiciones, y muestra un gobierno incapaz; lo de las casas de Peña y su esposa,
y la de Videgaray, es un contundente caso de corrupción y de conflicto de
intereses, ante el que han reaccionado lenta y titubeantemente, con opacidad y
simulación, como la burla de pedir ser investigado por un subordinado; la
economía no crece, empeora y el gobierno se muestra incompetente y amarrado a
intereses oligárquicos; en medio de este desastre, feria de superficialidad y
corrupción, buena parte de la sociedad se ha movilizado en exigencia de
justicia, presiona y cuestiona a las autoridades; no es poca cosa el despertar
ciudadano, el hartazgo de mucha gente con la clase política y los poderosos.
Esta compleja situación, oscura y
regresiva pero con la luz de la gente, se presenta en periodo electoral, en el
inminente relevo de la Cámara de Diputados y elecciones locales en diecisiete entidades
federativas. Son de esas elecciones típicamente intermedias, frías y con pocas
expectativas de participación, salvo donde hay elecciones locales que, por
lógica, despiertan un mayor interés. Se observa un panorama poco alentador,
confuso, con autoridades omisas, partidos ausentes y muy cuestionados, desgano
social y poderosos llamados al abstencionismo. Pienso que la mayoría va a
guardarse su voto para la presidencial próxima, la del 2018; entonces sí, sin
duda, habrá de salir toda la energía social para poner en su lugar a la clase
política tradicional. Según las encuestas, no sé si sean confiables, las
tendencias colocan al PRI y al PAN como punteros, mientras que a MORENA,
el PRD y al VERDE los ubican en una posición intermedia, dejando a la
cola, con riesgo en su registro, a los partidos de membrete.
Las elecciones serían la oportunidad
perfecta para oxigenar a nuestro país, alentando a elecciones libres, depurando
al sistema de partidos, llevando a las Cámaras a gente decente y preparada, y,
sobre todo, proyectando un mensaje de esperanza, de que si es posible salir del
túnel del descredito y la inutilidad de esa y otras tantas instituciones .
Lamentablemente no será así, no como en Grecia y España, aquí pesa el
clientelismo, el control mediático, la saturación de membretes, la cooptación
opositora, la división de la izquierda, los mil obstáculos para los
independientes y todo tipo de mañas y simulaciones de los políticos
tradicionales.
Con todas esas adversidades prefiero que
se vote, que se haga un compromiso democrático, que sirva de ensayo para la
próxima presidencial y coloque en su real nivel a las distintas opciones
políticas. El abstencionismo es comprensible ante la mediocridad de la clase
política pero es ineficaz y aleja a la gente de los asuntos públicos, mejor que
se vote y se produzca algún efecto concreto: castigar al partido oficial,
haciéndolo perder o dejándolo con muy pocos votos aunque gane; hacer perder el
registro a partidos parásitos; favorecer alternativas comprometidas y premiar a
buenos perfiles, con o sin partido. El caso es que se aproveche el espacio
electoral, que no solo es voto, que se discuta, que se exija, que se conozca y
se limpie en lo posible nuestra vida pública e institucional.
Recadito: Estamos preparando el treceavo
congreso del MOPI para el próximo primero de marzo.